Prepárense que empieza la invasión. Todos a sus puestos. Lugo se prepara para recibir a la avalancha de la caravana, que no es una cualquiera, sino la que acompaña a la otrora llamada serpiente multicolor. Una mujer, que lee la prensa local mientras toma un cortado, pone en guardia a todo el mundo. “Llegan 3.000 personas con la Vuelta”, los hoteles llenos, ni una habitación libre en kilómetros a la redonda, el peor día del año para visitar la ciudad lucense y andar por la famosa muralla, una reliquia romana, una maravilla.
Hubo en la década de los 80 una seguida serie televisiva que se llamaba ‘Uve’. Los extraterrestres se disponían a invadir la tierra y ya tenían desplazados a los enviados especiales, unos reptiloides con apariencia humana, que cuando se desprendían de la piel parecían ranas en una charca. Por supuesto eran los malos de la ficción.
A los forasteros que llegan con la Vuelta a Lugo, que no son ni mucho menos los malvados de la película, se les identifica por la credencial que llevan colgando, porque la mayoría trabajan para la organización y van uniformados y porque se mueven por las calles arrastrando las maletas y cargados de bolsas, tal cual buscasen un piso turístico en unas vacaciones que no son tales, ni mucho menos.
Tampoco es que se haga el agosto
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La hostelería tampoco es que haga el agosto cuando el mes está a punto de cerrar el quiosco porque la mayoría cena y desayuna en los hoteles, con menús cerrados y ya hace mucho tiempo que la fiesta nocturna de la Vuelta ha pasado a mejor vida porque al final no ofrecía una buena imagen de la carrera. Además, los conductores de los vehículos de la organización, normalmente excorredores, tienen terminantemente prohibido mover los coches por la noche.
Los ciclistas tampoco salen del hotel, a no ser que se desplacen al camión que les sirve de restaurante privado, ya que todos llevan una cocina ambulante con chef que les prepara cena, desayuno y también comida en las dos jornadas de descanso.
Así que al final se queda la cosa en un centenar de personas, que tampoco está nada mal, que se desplaza buscando un bar o restaurante, aunque en el caso de Lugo basta con pedir una cerveza pues con la bebida te sirven una cena.
La ciudad ha cambiado
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Luego, a la hora del amanecer, con operarios que trabajan toda la noche para montar la infraestructura de la salida, los lucenses se percatarán de que la ciudad ha cambiado, que hay vallas por todas partes, aunque lleven días avisados de que Lugo está de Vuelta.
A las pocas horas contemplarán el desfile de coches decorados y el monumental parque automovilístico cuando lleguen los artistas, a los que apenas verán porque se pasarán toda la mañana encerrados en el autobús.
La vieja escuela
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Los más ancianos recordarán los viejos tiempos, los de Ocaña, Fuente y hasta los de Merckx, cuando vino a la Vuelta en 1973 para ganarla renunciando al Tour. A ellos sí que los veían porque todavía no se había inventado el autobús y no existía el dichoso internet que cautiva a los corredores en su encierro particular hasta que los avisan de que faltan cinco minutos para que se presenten en el podio de salida y empiece una jornada de trabajo en la carretera, que ellos denominan la oficina.
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Lugo, en un abrir y cerrar de ojos, recobrará la normalidad, los visitantes se habrán ido buscando las tierras leonesas y los vecinos habrán comprobado que son buena gente y que en nada se parecen a los malvados extraterrestres de ‘uve’ que venían a la tierra para esclavizar a la humanidad.
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