Las clases de la Kiev School of Economics se imparten casi siempre bajo tierra. La escuela tiene cuatro aulas en el subsuelo, protegidas por pesadas puertas metálicas y sacos terreros. Pueden albergar en cada momento a alrededor de 150 estudiantes, de los 1.500 que tiene la elitista universidad de la capital de Ucrania. “Distribuimos las clases de tal modo todos los estudiantes pueden caber en el refugio en cada momento en caso de alerta aérea, y alternamos la asistencia presencial y online para que haya sitio para todos”, explica a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA Tymofii Brik, rector del centro.
El resto del tiempo, todo es normal. Los estudiantes pasean por las calles, comen en la moderna cantina o deambulan por el edificio acristalado de varias plantas. Algunos juegan al pimpón en la sala de ocio. De pronto, suena por los altavoces una alarma: las defensas antiaéreas de Kiev han detectado el lanzamiento de un misil o de unos drones asesinos desde territorio ruso. Los estudiantes deben bajar al refugio inmediatamente, apremia una voz por megafonía.
No todos obedecen. Buena parte de los tres millones de habitantes de la capital ucraniana han dejado de bajar a los sótanos o de refugiarse ne le metro. Las alarmas antiaéreas se escuchan por los megáfonos de la ciudad varias veces al día, sobre todo durante la madrugada. Los kievitas llevan casi tres años escuchándolas y muchos han decidido ignorarlas, porque no pueden más: siguen con su rutina, pase lo que pase, siquiera por salud mental.
Iryna, una ex funcionaria del Gobierno y ahora cooperante, kievita de mediana edad, explica a este diario por qué no baja. Tiene hijos, y el refugio está en otro bloque. No le daría tiempo si impactase un misil en su casa. Y no está dispuesta a andar todas las noches con su prole de un lado para otro. En la capital muchos edificios son antiguos, de una época en la que la amenaza aéra no existía, y no cuentan con un sótano preparado para protegerlos del impacto.
“En mi círculo hay dos tipos de personas. Los que, como mis padres, ignoran las alarmas y siguen durmiendo, y los que sienten la ansiedad y bajan al refugio”, añade Daryna, una joven ucraniana a este periódico. “Una amiga me dice que siempre se levanta a la misma hora de madrugada, poco antes de que empiecen a sonar las sirenas”.
Vladislava, una mujer cercana a la jubilación, reconoce que sí se cobija, pero solo cuando escucha a las defensas antiaéreas cerca de su casa. “Si es solo un dron, sigo durmiendo; si veo que son varios ataques a la vez, cojo a mis gatos y me refugio en el pasillo”, asegura. Es la regla no escrita de los dos muros: si hay un impacto indirecto, los dos muros deberían ser suficiente protección de los escombros y cristales o de las partes del cohete que puedan golpearte. Para algunos, es una visión demasiado optimista. “Yo he visto los restos de drones iraníes Shahed en un instituto forense: son enormes. Créeme que si golpean tu casa, un muro de separación no va a protegerte”, argumenta Anastasia.
Normalidad bajo las bombas
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Kiev es una ciudad aparentemente normal: se ven atascos, jóvenes que caminan por las calles, patinetes eléctricos, restaurantes modernos abiertos y centros comerciales de lujo con marcas internacionales de moda. En la hamburguesería McDonald’s junto a la plaza de Maidan, los chavales seleccionan su menú en grandes pantallas, se sientan y charlan con sus amigos. Todo está impoluto. Casi nada hace ver que la ciudad es la capital de un país en guerra, salvo por las fotos de los caídos y las banderas que ocupan la céntrica plaza. Kiev resiste en pie tras el intento de invasión que lanzó el Ejército ruso el 24 de febrero de 2022, gracias a un despliegue nunca visto de dispositivos antiaéreos en los alrededores.
Por las noches es otro cantar. A las doce empieza el toque de queda. Y es de madrugada cuando el Ejército ruso suele lanzar la mayor parte de los ataques. En septiembre no ha habido un solo día en el que Rusia no perpetrara bombardeos sobre Ucrania: 1.339 drones kamikaze, además de decenas de misiles, según las Fuerzas Aéreas. Aproximadamente uno de cada cinco artefactos son derribados por los sistemas de defensa, sobre todo con artillería antiaérea. Los misiles tierra aire Patriot o S300 se reservan para los temibles misiles balísticos o de crucero, como los Kalibr o los Iskander.
Pero la apariencia de normalidad es solo un espejismo. Muchos proyectiles consiguen llegar y explotar sobre el objetivo. En julio, al menos 37 personas murieron en la capital por un ataque con misiles que destruyó en gran parte el principal hospital infantil de Kiev [foto superior]. Rusia aprueba el sistema de defensa ucraniano. El presidente ucraniano Vladimir Zelensky, sí.
Daños psicológicos severos
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Air Alert es la aplicación móvil más popular en Ucrania. Tiene decenas de millones de descargas en un país de 38 millones de habitantes. La creó el informático Stepan Tanasiychuk a los pocos días de comenzar el conflicto con ayuda del Gobierno. Suena cada vez que las Fuerzas Aéreas detectan una amenaza: un avión ruso que despega de una base cercana, vehículos aéreos no tripulados detectados por el radar o lanzaderas de misiles que disparan desde el otro lado de la frontera con Rusia.
“¡Atención, alarma aérea! ¡Vaya al refugio más cercano!”, apremia una voz masculina. Lo más habitual entonces entre los ucranianos es consultar los canales de Telegram que informan del tipo de amenaza aérea. como War Monitor, y la región hacia la que se dirige. ¿Es un misil? Preocupación máxima, tiempo escaso. ¿Se trata de un dron? Tardan más, pero pueden enmascarar un ataque masivo posterior. A veces tardan horas en llegar o sobrevuelan los objetivos. En otras ocasiones, los drones se usan para desvelar las posiciones defensivas; luego, misiles rusos las destruyen y, por último, llegan misiles baratos norcoreanos para hacer daño, a los edificios o a los habitantes.
Daños psicológicos por los bombardeos
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Todo esto destruye la moral y los nervios de la población. “Nos deja muy cansados. Llevamos dos años y medio así”, se queja Oleksandr, una joven de Lugansk que vive en Kiev. “Sientes la realidad distorsionada y que has bloqueado una parte de ti”.
Ha habido un repunte en los ucranianos que sufren de los efectos físicos de la privación del sueño, que se considera una forma de tortura. “Tras la invasión a gran escala, los ataques rusos han resultado en una caída generalizada de la salud física a causa de falta de sueño”, declara el doctor Yevhen Poyarkov, director de la red ucraniana de enfermedades del sueño, al Kyiv Independent. Sus pacientes sufren de enfermedades relacionadas con la impredictibilidad y frecuencia de los ataques con misiles: ansiedad, fatiga, irritabilidad, merma de la concentración y de la atención y pérdidas de memoria.
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La aplicación Air Alert también advierte de cuando los ataques se acumulan y toman la forma de una ofensiva a gran escala. Es lo que ocurrió el pasado mes de agosto, cunado más de 50.000 ucranianos decidieron ir al metro. También advierte la app de cuando la ofensiva ha terminado porque los artefactos han sido derribados o porque se dirigen hacia otra región. La voz se despide con una referencia a la Guerra de las Galaxias, un guiño “friki” del creador: “La alerta ha terminado, ¡que la fuerza te acompañe!”.
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