Han pasado 40 años desde aquel día, pero para muchos de sus protagonistas las heridas siguen abiertas. En la madrugada del 12 de octubre de 1984 una bomba estalló en el Grand Hotel de Brighton (Inglaterra), en el sur de Inglaterra, donde el Partido Conservador celebraba su conferencia anual. El objetivo de los terroristas del IRA estaba claro: acabar con la vida de la entonces primera ministra, Margaret Thatcher. Un atentado que se llevó por delante la vida de cinco personas e hirió a otras 34 y que marcó una de las etapas más tensas entre el Gobierno británico y la banda terrorista en tres décadas de violencia sectaria en Irlanda del Norte. Thatcher salió ilesa, pero su destino podría haber sido muy diferente de no ser por la suerte.
Fue el militante del IRA Patrick Magee quien escondió el explosivo en la habitación 629 del Grand Hotel, situada en el sexto piso, pocas semanas antes. Con el consejo de un ingeniero y con el objetivo de provocar una mayor destrucción, Magee colocó la bomba de forma que una de las dos chimeneas cayera sobre los pisos inferiores. La chimenea se inclinó ligeramente hacia un costado y cayó sobre las habitaciones con números acabados en 8, mientras que las terminadas en 9, entre ellas la de Thatcher –situada en el primer piso–, apenas fueron afectadas por su trayectoria. Un golpe de suerte que se sumó al hecho de que la primera ministra había abandonado el lavabo de su suite, que sufrió importantes daños, tan sólo unos minutos antes de la explosión.
Objetivo del IRA
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Thatcher estaba en el punto de mira del IRA desde 1981, cuando una veintena de presos de la banda terrorista se declararon en huelga de hambre para exigir el estatus de presos políticos y mejores condiciones en la cárcel de Maze, en Irlanda del Norte. Unas demandas que la primera ministra rechazó. “Este es un problema de los que hacen la huelga de hambre y los que los alientan a hacerlo. No daré estatus político a personas que son criminales y enemigos de la sociedad”, afirmó entonces. La muerte de Bobby Sands –el líder de los presos del IRA– tras 66 días sin comer fue un duro golpe para los militantes y simpatizantes de la organización, quienes responsabilizaron directamente a Thatcher de lo ocurrido.
Tras colocar el explosivo, Magee se escondió en la ciudad irlandesa de Cork hasta que la madrugada del 12 de octubre se enteró por los medios de comunicación que la bomba había estallado. “Para mucha gente fue una venganza, como si estuviéramos cobrando una deuda pendiente”, asegura Magee en el documental ‘Bombing Brighton: The Plot to Kill Thatcher’, emitido esta semana en la BBC. El autor del ataque asegura que sintió alivio cuando supo que había cumplido con su objetivo, a pesar de que la Dama de Hierro había salido ilesa. Tras reconocer la autoría del atentado, el IRA lanzó una nueva advertencia: “Hoy hemos tenido mala suerte, pero recordad que nosotros sólo necesitamos tener suerte una vez. Vosotros debéis tenerla siempre”.
“La vida debe seguir como siempre”
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A pesar de la muerte de cinco personas, entre ellas la del diputado del Partido Conservador Anthony Berry, Thatcher decidió seguir adelante con el programa de la conferencia anual de su formación. “Escuchas sobre estas atrocidades, sobre estas bombas, y no esperas que te ocurran a ti. Pero la vida debe seguir como siempre”, aseguró esa misma noche. Horas más tarde, se subió al escenario para pronunciar su discurso. “El hecho de que estemos aquí reunidos, conmocionados pero serenos y decididos, es señal no sólo de que este atentado ha fracasado, sino de que todos los intentos de destruir la democracia mediante el terrorismo también fracasarán”, afirmó ante los suyos. Magee fue arrestado meses después en Glasgow y condenado a una pena mínima de 35 años de cárcel, aunque la firma de los Acuerdos del Viernes Santo en 1998 permitió su liberación 14 años después del ataque.
La condena del autor del atentado no terminó entonces, al menos en el sentido menos literal de la palabra. Poco después de su liberación fue contactado por Joanne Berry, hija del político tory asesinado en Brighton, quien quería conocer en persona al hombre que acabó con la vida de su padre. “Simplemente me explicaba cosas relacionadas con su pérdida. Y entonces algo cambió en mi cabeza y me di cuenta de que había matado a ese hombre”, explica Magee en el documental.
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Desde ese primer encuentro, los dos se han seguido encontrando periódicamente, en algunas ocasiones delante de las cámaras. En uno de ellos, el autor del atentado reconoció que debía cargar con el peso de la conciencia. “Sabía lo que hacía e incluso defendería las acciones que he tomado. Pero creo que es muy importante enfrentarse a las consecuencias, enfrentarse a vuestro dolor como una consecuencia que supongo que merezco, porque siempre hay un precio que pagar en términos de humanidad”. Berry ha sido una de las pocas víctimas que han tenido contacto con Magee. Otras muchas se han negado a hacerlo y siguen sufriendo en silencio, como hizo la propia Thatcher, las consecuencias de lo ocurrido en la madrugada del 12 de octubre de 1984.
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